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domingo, 4 de agosto de 2019

Polilla

Quería que fueras casa.
Que te abrieras por las costillas
y yo me encajase a tu pecho.
Dormir dentro de ti,
soñar con el latido de tu corazón
y respirar al compás de tus pulmones.
Quería llamarte "hogar"
aunque me siguiera clavando cristales
pudriéndome el intestino
siendo más oscura que el tizón
y más ceniza que los recuerdos.
Te besaba la boca
y tus labios se volvían flores,
tus piernas dos troncos donde sostenerme
y tus brazos donde balancearme.
(Solo quería bailar, pero me caía de rodillas)
Era una polilla marrón que iba hacía la luz.
Todos iban a matarla
y no la admiraban como a las libélulas
aunque en sus alas tuviera margaritas dibujadas.
Quería llamarte refugio
para cuando la tormenta se ahogase en el mar
o para cuando mis libros acabasen destruidos
por el infierno
y no me quedasen letras
ni palabras
ni sueños.
Ojalá nuestros libros juntos
acumulando polvo en la estantería
y las ventanas de la casa abiertas en invierno
para que entrara el frío
y las ganas de darnos calor.
Yo durmiendo junto a ti
dejando de ser veneno
y empezando a respirar oxígeno
y no azufre.

lunes, 8 de julio de 2019

Ha vuelto

Ha vuelto
y he temblado como la primera noche
que pasamos juntos.
He sentido que la vida
volvía
y yo bailaba descalza entre cristales,
pero mis pies no sangraban,
ellos rompían
y deshacían los deshechos
del dolor.
Me vi envuelta en el mar
y mi cuerpo giraba con los remolinos
y ascendía cuando subía la marea.
Me vi en las burbujas,
en el fondo oscuro que se quedaba en mis pies
en el las piedras que brillaban
en la luna reflejada.
Ha vuelto
y he sentido el mismo terremoto en el pecho
como en el primer beso
que nos dimos
en mitad de todo el murmullo.
Mi pelo alborotado,
los rizos al aire
el calor en los poros,
las manos llenas de arena
y he sonreído
como la primera vez que escuchamos
el mar juntos.

Ha vuelto
como cuando visitas a tu psicólogo
una vez al mes,
para encontrar la paz
y a mí derrumbarme los cimientos.
Ha vuelto,
pero ambos sabemos
que la única que se quedará seré yo.
Ha vuelto,
y me he mirado al espejo
y vi a esa falsa felicidad
que provoca el falso amor.
Ha vuelto
y por primera vez
he entendido
que el amor es no marcharse nunca.

lunes, 1 de julio de 2019

Le besé más fuerte

El día que me di cuenta que ya no le quería, le besé más fuerte y lloré como si el universo se hubiese derrumbado. Me miré las manos y las vi vacías. No había nada. Solo un pulso más leve y un corazón triste.
Vi las maletas en su cuarto, los libros recogidos, la estantería vacía, y yo había hecho la mudanza de mi corazón. Guardé en viejas cajas de cartón todos los planes que quise realizar juntos. Pero ya no. Recuerdo que ese día vimos el mar por última vez y nos dimos la mano. Ambos sabíamos que era una despedida, pero ninguno dijo "adiós".
¿Y ahora a quién voy a volver a querer? .
¿Quién va a llamarme Arte al desnudarme?
¿Cómo voy a sentirme eterna?
¿Por qué me siento tan vacía desde que no te quiero?
Repetías que era todo dolor y que tú solo podías besarme las heridas, pero acababas entre mis piernas como quien busca un salvavidas. Pero el dolor seguía. El llanto aumentaba. Yo más rota. Tú queriéndome hasta volverme hielo. Un cristal quebrado. Un cuerpo que entrelaza con sus piernas a la explosión final. Un sueño que siempre acaba en pesadilla.
Lloré tanto el día que entendí que ya no te quería.
Me recorrí la ciudad buscando el amor en mitad de la noche.
Pero ya no.
No, mi cielo, ya no.
Yo ya estoy en otras calles buscando otro rumbo.
Miro otras orillas.
Me pierdo entre los naranjos de la montaña.
Te besé más fuerte que nunca y lloré porque sabía que esta vez si era una despedida.

domingo, 16 de junio de 2019

Me dijo que escribiese sobre él

(Me dijo que escribiese sobre él. Me reí y le dije que eso tenía que ganárselo. Ahora tengo medio poema en las manos y él no está).

Cuando vuelves a casa y los pasos son cortos,
pero te acompaña la música, el asfalto vacío 
y el silencio.

Cuando sabes que el cuerpo echa de menos el mar,
aquel mar que brotaba de nuestras miradas 
y soportaba todas las veces que brindábamos por nosotros.

Los cuerpos llenos de arena,
las manos unidas,
el beso en la orilla
las puestas de sol mientras 
que cantábamos.

Todo tenía sentido.  

Ojeé tus libros
como te contaba las costillas en la cama,
con las manos suaves
y el amor entre los dedos. 

Tuvimos la ciudad en nuestros pies.
El frío en el cuerpo.
Viente maneras de recorrer el mundo.
Sueños fugaces,
La casualidad de nuestra parte.
La cerveza en las venas.
Las ganas en nuestros poros.
Una balada de rock and roll en el corazón. 
Nos tuvimos
como nunca hubiéramos imaginado. 

Porque nada más vernos,
nos abrazamos como si nos hubiéramos conocido
en otras vidas. 

Sin embargo, el miedo de dormir juntos,
los temores del amor,
el corazón sanándose,
las heridas aún sangrando,
nos hicieron despedirnos,
sin querer (queriendo). 

lunes, 3 de junio de 2019

Amar es una palabra

Amar es aprender a abrazar al frío. Agarrar la piedra que tenemos por corazón, apretarla y romperla, trocearla hasta hacerla arena. Sentir que te descompones, te agrietas y te vacías para que el viento ocupe tu organismo y solo sentir remolinos por dentro.

Es conocer a la soledad. Sentarte con ella y buscar cosas que os gusten a los dos, pasar todo el tiempo posible juntos hasta poder reconocerte en los ojos verdes. Que la soledad sea tu mejor compañera en los días soleados. Pasar los días, sacarla al exterior, caminar por el mar agarrados de la mano y sentirte totalmente feliz mientras que las olas alcanzan tus pies.

Amar es entender que la tristeza viene cuando no la quieres. Que se queda. Que te besa la mejilla todas las noches, te arropa, te canta una nana y te acuna hasta que te quedas dormido. La tristeza viene y no sabes porqué, pero ahí está y aprendes a pervivir con ella. Le dejas el auricular derecho para que escuche la misma canción que tú. Compartís las hojas de la libreta dónde te dejas el alma y el bolígrafo medio gastado.

Amar es pasar por todas las estaciones del año. Sentir el frío en verano, el calor axfisiante en pleno mes de enero. Es ver como las flores germinan en otoño y mueren en primavera. El amor es sentir. Es quedarse con uno mismo y curarse.

Amar es vivir.
Amar es crecer.
Amar es una palabra.
Amar ya no es nada.

miércoles, 29 de mayo de 2019

Noche

Siento que no pertenezco a ningún sitio. Y mi cuerpo llora sangre por la pena de echar raíces donde no le corresponde. Mi hogar me come por el corazón (lo agarra con las manos, lo abraza, lo pega a su pecho como un falso amigo que luego devora hasta tintarse la boca de rojo)  y los sueños me los abanico para que vuelen fuera de mi jaula, que no es otra que mi mente. Mi propio pensamiento me retiene y yo ya no sé cómo debo de batir las alas. No sé si huir es de cobardes, si marcharme es perseguirme y llegar a encontrarme.

Dar veinte portazos y llenarme del fuego que se esconde entre las líneas de mis manos. Ver cómo arde mi palacio de cristal, quemar mis libros, arrancar hoja por hoja de mí letras.

Destruirme porque quiero verme nacer de mi propio yo. Salir de mí. Romper mis guillotinos. Dejar de sonar tan amarga. Amar la soledad. Encontrar paz. Currarme.

Soy el trozo de carne más cobarde que respira, pero es que solo estoy rota. Solo soy grietas pegadas como un mal puzzle donde los sentimientos se escapan entre mis quiebras.

Soy un aeropuerto que colecciona despedidas, donde solo se dan viajes de ida y no conoce los recuentos. No conozco medidas. No sé cuántos océanos tengo que cruzar ni cuántas flores tengo que arrancar por el camino.

Mírame.
Solo soy dolor.
Estoy podrida por dentro.
No dejo de dudar.
Me escondo en la oscuridad.
Me quedo a vivir dos días más allí.
Ya me encontraré
cuando la luna tenga algún reflejo sobre mí.

miércoles, 15 de mayo de 2019

El jardín donde me crié

El jardín donde me crié,
donde plantaba flores,
me manchaba las manos de tierra,
cogía margaritas
hacía pequeños ramos coloridos
ha empezado a secarse.
Están todas las flores marchitas
ya no hay nadie que las riegue
y la casa está vacía.

Ese jardín donde me pinché con el rosal, 
donde aprendí a jugar a las cartas con el abuelo
donde la abuela me enseñó a coger unas agujas
y hacerme pequeñas pulseras de hilo
se está muriendo. 

La mesa y las sillas donde me sentaba a hacer los deberes
no están.
La puerta está cerrada.
El rosal rojo se arrancó.
Los claveles se pudrieron.
Las margaritas solo descansan en mi piel.
Ya no pregunto cómo se llama esa flor de color morado. 
Ya no hay nadie que las riegue. 

Ahora todo es más frío
y oscuro.
Abundan el silencio
y no estamos jugando a las muñecas.
Ahora somos mayores
y sabemos lo que significan las despedidas.

No podéis imaginaros cuanto duelen. 

Ahora sabemos que hay cuatro ángeles que se rompen
a tus pies.
Y si los abrazas escucharas como se remueven sus trozos,
pero te abren los brazos
para que descanses 
y duermas en paz. 

Porque después de la vida, solo está la muerte. 
El beso del sueño eterno.
Todo un camino recorrido.
Un suspiro.
Un cuerpo sin aire,
pero que vuelve en sí.
Agoniza.
Y todos se rompen más
porque solo ven huesos
y el reflejo de un cuerpo
de quién fue. 

La vida se consume
como una vela.

Todos lloran
y entrelazan sus manos.
Todos se unen.
Nadie se queda colgando. 
Se abrazan
y te recuerdan que ya has hecho todo lo posible.

Vamos a cuidarnos entre nosotros
como nos cuidaste a todos en el jardín. 


lunes, 6 de mayo de 2019

Ruinas y Sangre

Yo fui pequeña. Hormiga quizás. Luciérnaga en las noches más sombrías. La niña de las flores que creció en un jardín donde las regaba hasta pudrirlas. Las regaba y las aplastaba. Las mataba. Y ahora solo las dibuja para que permanezcan vivas.

Me llené de ruinas. ¿Sabes cómo? Dejándome romper. No conozco otra forma de vivir que siendo esto. Mírame. ¿Ves todo eso que escondo? Fueron veinte universos llenos de soles que bombardearon manos ajenas. Las luces chocaron entre sí, parecían cohetes. Todo el mundo estaba boquiabierto. Era un espectáculo, pero después de la explosión vino el silencio y la oscuridad.

Un pueblo en silencio donde las farolas no funcionan —ni parpadean—, y las personas usan velas para irse a otro cuerpo. Van de puntillas, no quieren despertarme. Pero hacen ruido sus corazones al latir. Y yo siempre me anticipo a su ida.

Me dejaron sola.
Me besaron el cuello.
Me quisieron.
Me soltaron la mano.
Me llenaron de moratones el corazón.

Ahora solo respiro cuando lo recuerdo.
Ahora tiemblo hasta soñando.
Ahora por la mañana temprano tengo miedo.
Ahora quiero arder para sentir como pasa el tiempo.
Ahora me busco en los demás.

Soy un muro en ruinas que nadie recuerda que fue antes. Ni yo recuerdo que fui. No me recuerdo. Solo sé que camino llorando. Esparzo sangre por mi propia jaula. Me he acostumbrado a la tristeza y solo abrazo al dolor más fuerte porque mírame, no conozco otra forma de vivir.

Mírame, soy yo la que se encierra porque su hogar es la soledad. El cuerpo triste. Las cenizas de lo que pudo haber llegado a ser. El pelo alborotado. La mirada perdida. La sonrisa siempre torcida.

Solo sobrevivo.

Ruinas y Sangre.

Un recuerdo. Un cuerpo. Un quizás.

Un órgano. Un minuto. Un terremoto.

Veinte universos en extinción.

La ciega ahora soy yo
porque yo ya  no sé sentir.

viernes, 3 de mayo de 2019

Nada

El cuerpo no siente. Es la penumbra del llanto del corazón desafiado. Es sueño que mira con desdén a la nada. Es un trozo de carne, venas y sangre. Es una flor marchita. Podrida. Casi extinguida. Solo hay espinas. Solo hay dagas con líquido rojo en la punta.

Ahora.
Ahora que no nos queda nada. No me queda nada. No hay nada. Ya no sé ni qué es la tristeza. No reconozco la alegría. No sé qué fue de la felicidad. No pienso. No siento. No leo. No escribo. No nada. Solo hay una agonía infinita entre el ayer, el hoy y el mañana.

Desazón en la garganta y angustia en la lengua.

Los mares están secos. Los relojes derretidos. El grito retumbando. Al niño se le han cortado las alas. Las estrellas se han caido. No hay noche. No hay día. Solo un pozo gris. Un  corazón vacio. Un terremoto. Todo un estruendo. Se caen las almas. El tártaro se ha derrumbado. Y ahora todos los pies no tocan el suelo. Todo cuelga. Hasta las ganas de persistir. Hasta la ilusión y el deseo. Todo cuelga y se sostiene de un alfiler.

No hay nada.
Solo el ruido de los huesos chocando.
La sangre goteando.
Una casa en llamas.
El fuego crujiendo.
Las cenizas volando.
El viento haciendo de las suyas.

No me queda nada.
Flores secas.
Sangre púrpura.
Huesos astillados.
Miedo.
Insomnio.
Y terror.

martes, 23 de abril de 2019

Nosotros

Me han hecho daño. Y pensarás cómo me siento y solo puedo decirte que hay días en los que muero andando. ¿Qué por qué? Porque soy un amasijo de dolor. Soy como un árbol sin hojas, un jardín sin flores, un mar sin olas... Soy alguien casi incompleta. Bueno, casi no, soy alguien incompleta. Y sí, es duro, pero cuesta más perdurar, es decir, seguir luchando. Curarse heridas. Soplarse el polvo. Sacudirse los miedos. Tentar a la incertidumbre. Trazar medio plan de asalto, pero nunca llegar a saltar.
Es raro. Lo sé. Siempre fui rara. ¿Cobarde, dices? Quizás. Supongamos que siempre que has jugado a la ruleta rusa, has apuntado el revólver contra tu sien, la garganta se seca, respiras nervioso, rozas el gatillo,  disparas y la única bala del cargador te atraviesa. Pues así vivo yo. Llena de tiroteos. Llena de agujeros. Llena de vacíos. Irónico, ¿verdad?
Me han hecho daño y me han convertido en esto. ¿Qué no está tan mal? Mal no están las margaritas de otro color que no sean blanco. Ni los girasoles buscándose unos a otros porque no pueden besar el sol. Mal no está la despedida de un padre a un hijo cuando sabe que a las dos no irá a por él. ¿Pero qué está tan mal? Nosotros, seguramente. ¿Nosotros? Sí. He dicho nosotros. Solo tenemos que mirarnos. ¿Qué no somos tan extraños? Ese es el problema. Parecemos normales cuando nunca hemos sido así.

jueves, 11 de abril de 2019

Ciudad

Hace un tiempo me gustaba caminar de noche, cuando no había nadie por la calle. Era extraño. Me sentía sola y yo misma tenía que abrazarme para no llorar. La ciudad a oscuras. Alguna farola parpadeaba a mí paso, me recordaba al palpitar de mi corazón. Algunos edificios a oscuras, y algún octavo tenía la música puesta cuando todos dormían. Nadie se quejaba.

Miraba las fachadas de los edificios. Yo tan pequeña y el mundo tan alto, tan enorme que puede casi comerme. Yo tan niña, y el mundo tan grande que no voy a poder recorrerlo entero. Nunca daré la vuelta en 80 días como Verne. Pero ahí estaba. Sintiendo el frio de mi ciudad. Las olas quejándose ante el ruido. El viento que siempre te atrapa y te revuelve. Siempre sonaba una canción inglés que no le prestaba atención, pero me ponía melancólica.

Caminaba. Veía todo un nuevo mundo. Por la noche los semáforos siempre están verdes. Los peatones siempre cruzan sin mirar. La gente se quiere más. Entrelazan sus manos con menos miedo y con más verdad. Algunos rebuscaban cobijo. Y yo seguía sintiéndome tan sola que me abrazaba. Respiraba tan profundo que escuchaba como mi aire entraba y salía. Me sentía viva. La soledad me hizo viva.

Y supongo que, fue en uno de esos paseos tristes juntos a las estrellas cuando entendí que cuidarme era quererme. Quererme era protegerme. Protegerme era sentirme libre. Y yo soy un pequeño pájaro que doblo los barrotes de su jaula con el pico. Los doblo hasta poder escapar. Ser tan yo, que esa fuera mi mejor virtud.

Me abrazaba y no me sentía sola. Estaba tan bien sintiendo el frio que empezaba a entender la canción que retumbaba en mis tímpanos. Y sonría al ver a los enamorados agarrados de la mano. El ruido de las olas rompiéndose, me aviva. Los parpadeos de las farolas se acompasaban  a mi corazón. Crucé la calle sin mirar y no sentí el peligro. No fui corriendo hasta la acera. Veía más ventanas iluminadas y supongo que estarían haciendo el amor.  Más corazones latiendo y el mundo sintiendo. Menos sangre y guerras. Más esperanza. Más vida después de la tristeza.

miércoles, 10 de abril de 2019

Coincidir

Un día lo pensé y ahora sé que no me equivoqué.
Me recuerdo sentada y dando un pequeño sorbo a la cerveza. Mirarte y decirte que estábamos hechos para coincidir, pero nunca para permanecer. "¿Por qué? Eres la mujer de mi vida" y no supe que decirte. Solo te dije que había mucha guerra entre nuestros cuerpos y que algún día una bomba acabaría con todo.

Seguimos queriéndonos.

Pasaron los días.

Nos amábamos.

Pero yo no estoy hecha para permanecer. Supongo, que soy yo —ya sabes mi manía de echarme las culpas. La manía de disculparme. La rabia que me producía hacerlo, pero siempre lo hacía—.

Entonces, se hizo la guerra. Cada uno recibimos dos disparos en el pecho y sabíamos que ese río de sangre solo desembocaría en un final.

Ya sabes, yo siempre estaba triste. Nostálgica. Melancólica. Lloraba siempre —hasta de alegría—. Y tú, bueno, vivías un poco enfadado con el mundo. Te quejabas a media lengua. Yo solo quería que me abrazasen, y tú querías respirar tranquilo.

Supongo que fue mi culpa. Mis manías. Siempre tuve muchas pequeñas obsesiones como la de lavarme las manos cada media hora. Arrugar la nariz cuando algo no me gusta. Obsesionarme con los colores. Perder la noción del tiempo. Dejar de escuchar cuando la conversación no me interesaba. Centrarme en pequeños gestos de cualquier persona que me cruzaba. Mis  dudas. Ya sabes, manías. Mis manías. Y tú bueno, las sobrellevabas. Y yo bueno, nos sobrellevaba.

Supongo que era eso. Estábamos hechos para coincidir. De hecho, a veces pienso que nos llegamos a enamorar antes de conocernos, tú también lo piensas, ¿Verdad? Y puede que algún día, nos encontremos en algún bar que ahora están tan de moda con libros en las estanteríass que nadie lee. Y nos saludemos. Nos miremos. Puede que lo volvamos a intentar. Nos sentiremos. Nos reequivocaremos. Nos despediremos —espero—. Y volveremos encontrarnos hasta que algún día yo haya dejado de ser tan triste, mis manías y mis dudas; y tú hayas dejado de refunfuñar a media lengua.

sábado, 6 de abril de 2019

Crecí con A

Crecí con A. Y te prometo que fue una tormenta. Rayos, lluvia, calma en mitad de cualquier abrazo.

Me vi tan pequeña a su lado, pero me hizo tan grande. Me sacó cualidades que no había visto en ninguna otra persona. Me abrazaba siempre con miedo. No quería que me fuese, pero yo siempre andaba melancólica, tan amurallada, tan llena de lágrimas que me consumía en una canción triste.

Él sabía alegrarme. Sacaba de mí las flores que estaban apunto de morir. Me llamaba arte, y yo idolatraba esa forma de mirarme en silencio; porque a veces, solo hacíamos eso —mirarnos— y nos aprendíamos de memoria cada gesto, cada arruga de expresión, cada miedo que se perdía en la pupila.

A y yo hacíamos la guerra. Y nuestras palabras fueron bombas, nos dábamos la espalda compartiendo la misma cama. Dejábamos de escribirnos. De vernos. De escucharnos. De sentirnos. Nos alejábamos. Sin embargo, siempre nos dábamos las Buenas noches, es como que no podíamos dormir en calma sin despedirnos. La noche unía a nuestros cuerpos, afloraban las ganas de querernos, y nos sentíamos casi completos. Sin embargo, al salir el sol los bombardeos, la sangre y el campo de batalla volvían. Hacíamos mucho la guerra, pero nos quisimos de verdad. ¿Sabes por qué lo sé? Porque llegamos a hablar de una casa de madera, de cómo nuestra hija se llamaría como su abuela y de cómo me comprometería a pasar la vida con él en una ermita de piedra.

Él me leía como pocas personas. Me leía a todas horas. Siempre que escribía. Y siempre me decía que era el mejor que el anterior. Le escribí casi un libro entero y alguna vez, le leí sonrojada lo mucho que me costaba despedirme de él.

Crecí con A y puede que gracias a él sea como soy ahora. Melancólica, pero con algo de luz. Una luna, como él me definía.
Nos amábamos hasta crear un pequeño universo que solo los dos conocíamos.

Nunca llegamos a encontrar el equilibrio. No fuimos capaz de darnos las manos fuerte para sujetarnos uno al otro. No.
No fuimos capaces.

Sin embargo, A siempre será de esas personas que echarás su pecho en falta. Que hablarás de ella con luz en los ojos.
Que querrás toda la vida porque se la debes.



sábado, 30 de marzo de 2019

Pequeña B.

Un día dejé de sentir. Fue muy extraño porque no era capaz de llorar y gritar. El pecho simplemente latía. Bombardeaba sangre. No había nada dentro de él. No existía el escalofrío. No había nada. La mente no pensaba, era un folio en blanco. La mirada se perdía hacia el mundo. No veía el color. No notaba que las calles cambiaban que el sol iba y venía. No sentía. No me sentía yo, pero respiraba tranquila. Simplemente, esperaba que el mundo siguiera girando y a mí me dejase en mi sitio. Pero no era yo. 


No tenía palabras que escribir —No había nada que decir—. No encontraba el modo de poder decir que un huracán arrasó conmigo. Que estaba en ruinas y desorientada porque me había abandonado. Y es que me despedí de mí, me abracé fuerte, le dije que no volviese y solo le hice caso. Encarcelé mis lágrimas. Miré fijamente mis cicatrices hasta que se volvieron a enterrar dentro de la piel. Soplé el universo que había en mi mente para que solo estuviese el color blanco en mí. 


Dejé de leer. 

Dejé de escribir.

Dejé de dibujar.


Y un día me eche de menos. Un día sentí la nostalgía y la melancolía de la pequeña B —te eché tanto de menos—. Porque fuiste fuerte hasta derrumbarte. Hasta que el mundo estalló encima de tu cabeza. Porque rompias a llorar y nadie escuchaba tus sollozos. Que recordabas tan fuerte que casi podías tocar. Que veías el paso de la primavera en las flores. Eché tanto de menos a la pequeña B que me obsesioné con ella. 


Releí libretas viejas. Pasaba los dedos por los dibujos y recordaba en qué pensaba cuando los hice. Los viejos poemas no parecían mios. Ellos vibraban. Yo solo latía con el corazón. Entonces, hablé con Mamá y dijo: "Estamos tan acostumbrados al dolor que ya no nos duele".


Y fue ahí cuando dolió porque solo estaba dormido, pero el siempre había estado conmigo.Entonces, entendí que tenía que despedirme de la Pequeña B. Tenía que crecer. Tenía que abrazarme. Tenía que dejar de escribir. Tenía que alejarme de mí para sobrevivir. Para comenzar a reconstruir todas mis piezas hasta crear una nueva B. 


Después de más de un año, pequeña B, he vuelto a escribir, a dibujar. A fijarme en los colores del mar. Ahora todo duele un poco menos. Tú has crecido. Yo he crecido. Solo nos falta echar raíces en el mundo para seguir creciendo.

domingo, 24 de marzo de 2019

Te has ido, pero no del todo.

Te has ido, pero no del todo.
Tu voz está en la esquina de la habitación dándome todas las buenas noches antes de que yo caiga en el sueño profundo dónde te toco y me acaricias.
Tu respiración descansa al otro lado de la cama, y aún la siento en mi espalda.
La escucho.
La siento.
La combino con la mía.
Siento que latimos a la vez.
El "nosotros" ha muerto, pero seguimos vivos. Caminamos difusos por la tierra. Más perdidos que nadie. Más enamorados que nunca. Más alocados que los que llevan una camisa de fuerza. Más nosotros sin agarrarnos las manos. Nos conocemos y nadie nos conocerá igual.

Nadie verá que este vestido no solo esconde lunares sino que también tiene grietas, un par de huesos rotos, alguna cicatriz que aún sangra cuando el cielo se nubla y se cierra cuando comienza la tormenta.
Tú te has ido, y me has querido como nadie.
Yo me he ido, y te echo tanto de menos que conseguí parar el tiempo.

Volví a las puestas de sol. El mar sigue siendo el mismo, pero yo no. La tierra suele quemar igual en el mes de agosto, pero tus pies no salen corriendo al agua. Las olas te echan de menos. Ahora me expulsan cada vez que intento adentrarme en ellas. Le he explicado al agua que aunque no dormimos juntos, aún nos queremos —uno al otro— cómo así lo dijimos.

Porque una noche prometimos querernos, cuidarnos, necesitarnos aunque uno de los dos se fuese. Y así es. Nos seguimos queriendo, nos cuidamos aunque llevamos meses sin mirarnos, nos necesitamos con el primer café de la mañana, con el beso de buenos días y con la melodía de dos cuerpos desnudos amándose.

Te has ido, pero no del todo.
Nunca te irás del todo.
Siempre habrá un trozo de ti conmigo y siempre habrá un trozo de mí contigo.
Porque juntos aprendimos a amar.
Porque hemos crecido juntos.
Porque no somos uno, somos dos personas que un día el mundo puso fin y ahora, se quieren pero viven echándose de menos porque nadie se va del todo si un día te enseña que el amor no es solamente abrazarse desnudos, sino que es juntar dos universos que intenta crear una pequeña galaxia que los una.

miércoles, 27 de febrero de 2019

Demasiado corazón para tanto ciego

Un día la casualidad me hizo conocer el mayor corazón existente. Había sufrido tanto que no era capaz de latir sin ahogarse. Yo lo agarraba con las dos manos, lo acariciaba, le escribía, lo abrazaba hasta llevármelo a mi pecho para que escuchase mis latidos y solo tuviese que imitarlos.

Un día me di cuenta que ese corazón era más poderoso que nadie. Era oscuro. Más negro que la noche, pero tan puro que sólo unos pocos sabíamos verlo. Entonces, recuerdo que después de una charla de madrugada escribí "Demasiado corazón para tanto ciego" y qué verdad. El mundo estaba lleno de ciegos que no quieren ver como una persona rota es maravillosa. Yo pasaba el tiempo escuchándole. Aprendía de él y lo admiraba.

Quería ser como él. Quería ser tan fuerte como lo es él —porque lo sigue siendo— y me enseñó que siempre, cada mañana tenía que abrazar fuerte a los míos y cada noche besarles la frente para que así duerman tranquilos.

Aunque también me enseñó que yo no podía tenderle la mano y sacarle de ese pozo donde vivía. Yo no podía arrastrarlo hacia la luz. Yo no podía salvarle. Y qué impotencia. Me hubiese gustado enseñarle que el amor están en las pequeñas cosas y la alegría está en cuando en la radio suena tu canción favorita. Me hubiese gustado mostrarle que solo quería que respirase aliviado y que yo lloraba junto a él.

Yo aprendí media vida gracias a él y que en nuestras calles hay demasiadas personas con vendas en las ojos que no son capaces de ver la luz detrás de una alma herida.

La ciudad sigue dormida

Cuando tú lloras,
la ciudad sigue dormida.
Las luces de las farolas
parpadean.
Un gato negro cruza la calle.
Todos los semáforos están en verdes,
pero ningún coche recorre el asfalto.
El viento silba
y rompe el silencio de la noche.

Cuando tú lloras,
la ciudad sigue dormida.
Pero hay una pareja haciendo el amor.
Un niño leyendo un libro a escondidas.
Dos personas desconocidas besándose
en la esquina.
Un pintor renunciando a su arte
y planchando el traje para la oficina.
Un músico rasgando las cuerdas de su guitarra
hasta romperlas
hasta dejar de hacer música.
Aquel matrimonio del edificio gris
lleva semanas durmiendo separados.
La chica que te sonríe en el bus
aún abraza la foto de su amor
aunque hace hace años de que se fue
—para no volver—.

Cuando tú lloras,
la ciudad sigue dormida.
La noche es más oscura.
El sueño más profundo.
El tiempo se echa una carrera.
Y el soñador comienza a tener pesadillas.

domingo, 3 de febrero de 2019

¿Me recuerdas?

¿Recuerdas a las flores de las que te hablé?
Dime, ¿puedes imaginarte sus colores?
¿puedes sentir sus olores?
¿puedes recordar la calidez de sus pétalos?
Dime, ¿las recuerdas?

Y, ¿Ahora me recuerdas?
¿Me recuerdas sanando a los dolores
que te sacudían el corazón?
¿Y las noches en las que las pesadillas acechaban y yo navegaba por tus sueños con una armadura y una lanza para espantar a cada miedo?
¿Y aquel beso sin fin en aquel acantilado? ¿Y el viento que hacía? Que casi nos arroja por el precipicio.

Dime, tú, soñador de mirada infinita.
¿En qué nos hemos equivocado?
Porque ahora la habitación está vacía
y solo suena el principio de aquella canción que bailamos en mitad de la calle —porque nadie nos veía—.
¿En qué nos hemos fallado?
Si sabíamos acariciarnos.
Podíamos hacernos feliz sin querer.
Si nos pintábamos desnudos
y creábamos versos al mirarnos.
Éramos una película romántica, dónde él ama a ella, y ella ama a él.
Dónde sabíamos pasear a oscuras.
Dónde corríamos hacia todas partes
porque no queríamos dejarnos nada pendiente.

¿Me recuerdas?
¿Me recuerdas pequeña e insegura?
¿Recuerdas?
Qué crecí.
Qué me hice la valiente
hasta serlo.
Qué te cantaba
y te dibujaba a boli los días nublados.
Qué supe verme
y aprendí cada rasgo de ti.
Qué sabías hasta cuantos lunares tenía en el cuello.
¿Recuerdas cuántas veces los uniste para acabar siempre en el mismo punto?

¿Me recuerdas?
¿Te recuerdas?
¿Nos recuerdas?

Porque yo te recuerdo con flores,
con música,
con libros,
con alma,
con corazón,
con miedo y sin miedo,
con sueños,
con hambre de nosotros.

Dime, tú ¿Sigues pensando en las flores de las que te hablé?
Ellas te esperan en casa
junto al vinilo estropeado que hace que solo se escuche el principio de esa canción;
junto la lista de la compra sin hacer de la cocina,
junto las copas de vino en el fregadero,
junto a las montañas de libros por el suelo,
junto a los óleos secos en la paleta,
junto la hoja medio arrancada que decía que te ibas y no sabes cuándo "casa" volvería ser "hogar".

sábado, 26 de enero de 2019

Jardín

Imagina que el cuerpo solo puede almacenar un tanto por ciento de dolor y que tú lo desbordas como el agua hirviendo que se derrama del cazo. Entonces, el corazón se pone gris y si lo estrujas llora sangre. Pero aún así, te llenas los bolsillos de piedras y esas piedras son nuevos miedos, nuevas decepcionas y te rompes. 
Eres cristales pisoteados y ahora te alimentas de las espinas de las rosas que plantaste porque creaste un jardín donde verte en tus flores. Donde imaginas tu renacer en los brotes de semillas. Donde tu cuerpo era el templo que el sol veneraba y  solo echabas raíces. Raíces que estrangulaban a las malas hierbas, al "sí, pero no", y crecían alrededor de tus piernas para amarrarte a la tierras. Sin embargo, hoy te sientes frágil. 
Vulnerable.
Abatida.
Dolorida 
como una guerrillera
que lucha contra fantasmas
contra la nada.
Porque hacía milenios que no había flores marchitas
y ahora las margaritas están desnudas
no hay pétalos para declarar el amor.
La música siempre es triste
y la luna no aparece por las noches. 
Ahora siento las ruinas
y como el alma suspira
y como esta se agrieta con cada respiración. 
Ahora
escucho al dolor tararear mi canción favorita
hasta grabarse en mi piel.
Ahora.
Ahora.
Ahora.
Ahora todo escuece,
pero solo soy capaz de echarle limón a las heridas
porque si tiene que doler,
que arda por completo. 
Hoy el cielo ha cambiado de color,
pero solo he sido capaz de verlo en fotos
porque no sé mirar hacia arriba.
No sé.
No sé.
No sé.
Pero hoy me han abrazado fuerte.
Han escuchado mi tormenta
hasta que los rayos,
los relámpagos
y la lluvia han cesado.
Han brindado conmigo
porque dicen que así se sueña mejor. 
Me han dicho que me quieren
y me lo he creído.
He mirado el calendario
y falta un día menos para la primavera.
Todo va a volver a estar bien
porque cambiaré la tierra a las plantas
y les leeré a las flores
para que se queden conmigo un poco más.