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miércoles, 27 de febrero de 2019

Demasiado corazón para tanto ciego

Un día la casualidad me hizo conocer el mayor corazón existente. Había sufrido tanto que no era capaz de latir sin ahogarse. Yo lo agarraba con las dos manos, lo acariciaba, le escribía, lo abrazaba hasta llevármelo a mi pecho para que escuchase mis latidos y solo tuviese que imitarlos.

Un día me di cuenta que ese corazón era más poderoso que nadie. Era oscuro. Más negro que la noche, pero tan puro que sólo unos pocos sabíamos verlo. Entonces, recuerdo que después de una charla de madrugada escribí "Demasiado corazón para tanto ciego" y qué verdad. El mundo estaba lleno de ciegos que no quieren ver como una persona rota es maravillosa. Yo pasaba el tiempo escuchándole. Aprendía de él y lo admiraba.

Quería ser como él. Quería ser tan fuerte como lo es él —porque lo sigue siendo— y me enseñó que siempre, cada mañana tenía que abrazar fuerte a los míos y cada noche besarles la frente para que así duerman tranquilos.

Aunque también me enseñó que yo no podía tenderle la mano y sacarle de ese pozo donde vivía. Yo no podía arrastrarlo hacia la luz. Yo no podía salvarle. Y qué impotencia. Me hubiese gustado enseñarle que el amor están en las pequeñas cosas y la alegría está en cuando en la radio suena tu canción favorita. Me hubiese gustado mostrarle que solo quería que respirase aliviado y que yo lloraba junto a él.

Yo aprendí media vida gracias a él y que en nuestras calles hay demasiadas personas con vendas en las ojos que no son capaces de ver la luz detrás de una alma herida.

La ciudad sigue dormida

Cuando tú lloras,
la ciudad sigue dormida.
Las luces de las farolas
parpadean.
Un gato negro cruza la calle.
Todos los semáforos están en verdes,
pero ningún coche recorre el asfalto.
El viento silba
y rompe el silencio de la noche.

Cuando tú lloras,
la ciudad sigue dormida.
Pero hay una pareja haciendo el amor.
Un niño leyendo un libro a escondidas.
Dos personas desconocidas besándose
en la esquina.
Un pintor renunciando a su arte
y planchando el traje para la oficina.
Un músico rasgando las cuerdas de su guitarra
hasta romperlas
hasta dejar de hacer música.
Aquel matrimonio del edificio gris
lleva semanas durmiendo separados.
La chica que te sonríe en el bus
aún abraza la foto de su amor
aunque hace hace años de que se fue
—para no volver—.

Cuando tú lloras,
la ciudad sigue dormida.
La noche es más oscura.
El sueño más profundo.
El tiempo se echa una carrera.
Y el soñador comienza a tener pesadillas.

domingo, 3 de febrero de 2019

¿Me recuerdas?

¿Recuerdas a las flores de las que te hablé?
Dime, ¿puedes imaginarte sus colores?
¿puedes sentir sus olores?
¿puedes recordar la calidez de sus pétalos?
Dime, ¿las recuerdas?

Y, ¿Ahora me recuerdas?
¿Me recuerdas sanando a los dolores
que te sacudían el corazón?
¿Y las noches en las que las pesadillas acechaban y yo navegaba por tus sueños con una armadura y una lanza para espantar a cada miedo?
¿Y aquel beso sin fin en aquel acantilado? ¿Y el viento que hacía? Que casi nos arroja por el precipicio.

Dime, tú, soñador de mirada infinita.
¿En qué nos hemos equivocado?
Porque ahora la habitación está vacía
y solo suena el principio de aquella canción que bailamos en mitad de la calle —porque nadie nos veía—.
¿En qué nos hemos fallado?
Si sabíamos acariciarnos.
Podíamos hacernos feliz sin querer.
Si nos pintábamos desnudos
y creábamos versos al mirarnos.
Éramos una película romántica, dónde él ama a ella, y ella ama a él.
Dónde sabíamos pasear a oscuras.
Dónde corríamos hacia todas partes
porque no queríamos dejarnos nada pendiente.

¿Me recuerdas?
¿Me recuerdas pequeña e insegura?
¿Recuerdas?
Qué crecí.
Qué me hice la valiente
hasta serlo.
Qué te cantaba
y te dibujaba a boli los días nublados.
Qué supe verme
y aprendí cada rasgo de ti.
Qué sabías hasta cuantos lunares tenía en el cuello.
¿Recuerdas cuántas veces los uniste para acabar siempre en el mismo punto?

¿Me recuerdas?
¿Te recuerdas?
¿Nos recuerdas?

Porque yo te recuerdo con flores,
con música,
con libros,
con alma,
con corazón,
con miedo y sin miedo,
con sueños,
con hambre de nosotros.

Dime, tú ¿Sigues pensando en las flores de las que te hablé?
Ellas te esperan en casa
junto al vinilo estropeado que hace que solo se escuche el principio de esa canción;
junto la lista de la compra sin hacer de la cocina,
junto las copas de vino en el fregadero,
junto a las montañas de libros por el suelo,
junto a los óleos secos en la paleta,
junto la hoja medio arrancada que decía que te ibas y no sabes cuándo "casa" volvería ser "hogar".