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miércoles, 15 de mayo de 2019

El jardín donde me crié

El jardín donde me crié,
donde plantaba flores,
me manchaba las manos de tierra,
cogía margaritas
hacía pequeños ramos coloridos
ha empezado a secarse.
Están todas las flores marchitas
ya no hay nadie que las riegue
y la casa está vacía.

Ese jardín donde me pinché con el rosal, 
donde aprendí a jugar a las cartas con el abuelo
donde la abuela me enseñó a coger unas agujas
y hacerme pequeñas pulseras de hilo
se está muriendo. 

La mesa y las sillas donde me sentaba a hacer los deberes
no están.
La puerta está cerrada.
El rosal rojo se arrancó.
Los claveles se pudrieron.
Las margaritas solo descansan en mi piel.
Ya no pregunto cómo se llama esa flor de color morado. 
Ya no hay nadie que las riegue. 

Ahora todo es más frío
y oscuro.
Abundan el silencio
y no estamos jugando a las muñecas.
Ahora somos mayores
y sabemos lo que significan las despedidas.

No podéis imaginaros cuanto duelen. 

Ahora sabemos que hay cuatro ángeles que se rompen
a tus pies.
Y si los abrazas escucharas como se remueven sus trozos,
pero te abren los brazos
para que descanses 
y duermas en paz. 

Porque después de la vida, solo está la muerte. 
El beso del sueño eterno.
Todo un camino recorrido.
Un suspiro.
Un cuerpo sin aire,
pero que vuelve en sí.
Agoniza.
Y todos se rompen más
porque solo ven huesos
y el reflejo de un cuerpo
de quién fue. 

La vida se consume
como una vela.

Todos lloran
y entrelazan sus manos.
Todos se unen.
Nadie se queda colgando. 
Se abrazan
y te recuerdan que ya has hecho todo lo posible.

Vamos a cuidarnos entre nosotros
como nos cuidaste a todos en el jardín. 


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