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miércoles, 29 de mayo de 2019

Noche

Siento que no pertenezco a ningún sitio. Y mi cuerpo llora sangre por la pena de echar raíces donde no le corresponde. Mi hogar me come por el corazón (lo agarra con las manos, lo abraza, lo pega a su pecho como un falso amigo que luego devora hasta tintarse la boca de rojo)  y los sueños me los abanico para que vuelen fuera de mi jaula, que no es otra que mi mente. Mi propio pensamiento me retiene y yo ya no sé cómo debo de batir las alas. No sé si huir es de cobardes, si marcharme es perseguirme y llegar a encontrarme.

Dar veinte portazos y llenarme del fuego que se esconde entre las líneas de mis manos. Ver cómo arde mi palacio de cristal, quemar mis libros, arrancar hoja por hoja de mí letras.

Destruirme porque quiero verme nacer de mi propio yo. Salir de mí. Romper mis guillotinos. Dejar de sonar tan amarga. Amar la soledad. Encontrar paz. Currarme.

Soy el trozo de carne más cobarde que respira, pero es que solo estoy rota. Solo soy grietas pegadas como un mal puzzle donde los sentimientos se escapan entre mis quiebras.

Soy un aeropuerto que colecciona despedidas, donde solo se dan viajes de ida y no conoce los recuentos. No conozco medidas. No sé cuántos océanos tengo que cruzar ni cuántas flores tengo que arrancar por el camino.

Mírame.
Solo soy dolor.
Estoy podrida por dentro.
No dejo de dudar.
Me escondo en la oscuridad.
Me quedo a vivir dos días más allí.
Ya me encontraré
cuando la luna tenga algún reflejo sobre mí.

miércoles, 15 de mayo de 2019

El jardín donde me crié

El jardín donde me crié,
donde plantaba flores,
me manchaba las manos de tierra,
cogía margaritas
hacía pequeños ramos coloridos
ha empezado a secarse.
Están todas las flores marchitas
ya no hay nadie que las riegue
y la casa está vacía.

Ese jardín donde me pinché con el rosal, 
donde aprendí a jugar a las cartas con el abuelo
donde la abuela me enseñó a coger unas agujas
y hacerme pequeñas pulseras de hilo
se está muriendo. 

La mesa y las sillas donde me sentaba a hacer los deberes
no están.
La puerta está cerrada.
El rosal rojo se arrancó.
Los claveles se pudrieron.
Las margaritas solo descansan en mi piel.
Ya no pregunto cómo se llama esa flor de color morado. 
Ya no hay nadie que las riegue. 

Ahora todo es más frío
y oscuro.
Abundan el silencio
y no estamos jugando a las muñecas.
Ahora somos mayores
y sabemos lo que significan las despedidas.

No podéis imaginaros cuanto duelen. 

Ahora sabemos que hay cuatro ángeles que se rompen
a tus pies.
Y si los abrazas escucharas como se remueven sus trozos,
pero te abren los brazos
para que descanses 
y duermas en paz. 

Porque después de la vida, solo está la muerte. 
El beso del sueño eterno.
Todo un camino recorrido.
Un suspiro.
Un cuerpo sin aire,
pero que vuelve en sí.
Agoniza.
Y todos se rompen más
porque solo ven huesos
y el reflejo de un cuerpo
de quién fue. 

La vida se consume
como una vela.

Todos lloran
y entrelazan sus manos.
Todos se unen.
Nadie se queda colgando. 
Se abrazan
y te recuerdan que ya has hecho todo lo posible.

Vamos a cuidarnos entre nosotros
como nos cuidaste a todos en el jardín. 


lunes, 6 de mayo de 2019

Ruinas y Sangre

Yo fui pequeña. Hormiga quizás. Luciérnaga en las noches más sombrías. La niña de las flores que creció en un jardín donde las regaba hasta pudrirlas. Las regaba y las aplastaba. Las mataba. Y ahora solo las dibuja para que permanezcan vivas.

Me llené de ruinas. ¿Sabes cómo? Dejándome romper. No conozco otra forma de vivir que siendo esto. Mírame. ¿Ves todo eso que escondo? Fueron veinte universos llenos de soles que bombardearon manos ajenas. Las luces chocaron entre sí, parecían cohetes. Todo el mundo estaba boquiabierto. Era un espectáculo, pero después de la explosión vino el silencio y la oscuridad.

Un pueblo en silencio donde las farolas no funcionan —ni parpadean—, y las personas usan velas para irse a otro cuerpo. Van de puntillas, no quieren despertarme. Pero hacen ruido sus corazones al latir. Y yo siempre me anticipo a su ida.

Me dejaron sola.
Me besaron el cuello.
Me quisieron.
Me soltaron la mano.
Me llenaron de moratones el corazón.

Ahora solo respiro cuando lo recuerdo.
Ahora tiemblo hasta soñando.
Ahora por la mañana temprano tengo miedo.
Ahora quiero arder para sentir como pasa el tiempo.
Ahora me busco en los demás.

Soy un muro en ruinas que nadie recuerda que fue antes. Ni yo recuerdo que fui. No me recuerdo. Solo sé que camino llorando. Esparzo sangre por mi propia jaula. Me he acostumbrado a la tristeza y solo abrazo al dolor más fuerte porque mírame, no conozco otra forma de vivir.

Mírame, soy yo la que se encierra porque su hogar es la soledad. El cuerpo triste. Las cenizas de lo que pudo haber llegado a ser. El pelo alborotado. La mirada perdida. La sonrisa siempre torcida.

Solo sobrevivo.

Ruinas y Sangre.

Un recuerdo. Un cuerpo. Un quizás.

Un órgano. Un minuto. Un terremoto.

Veinte universos en extinción.

La ciega ahora soy yo
porque yo ya  no sé sentir.

viernes, 3 de mayo de 2019

Nada

El cuerpo no siente. Es la penumbra del llanto del corazón desafiado. Es sueño que mira con desdén a la nada. Es un trozo de carne, venas y sangre. Es una flor marchita. Podrida. Casi extinguida. Solo hay espinas. Solo hay dagas con líquido rojo en la punta.

Ahora.
Ahora que no nos queda nada. No me queda nada. No hay nada. Ya no sé ni qué es la tristeza. No reconozco la alegría. No sé qué fue de la felicidad. No pienso. No siento. No leo. No escribo. No nada. Solo hay una agonía infinita entre el ayer, el hoy y el mañana.

Desazón en la garganta y angustia en la lengua.

Los mares están secos. Los relojes derretidos. El grito retumbando. Al niño se le han cortado las alas. Las estrellas se han caido. No hay noche. No hay día. Solo un pozo gris. Un  corazón vacio. Un terremoto. Todo un estruendo. Se caen las almas. El tártaro se ha derrumbado. Y ahora todos los pies no tocan el suelo. Todo cuelga. Hasta las ganas de persistir. Hasta la ilusión y el deseo. Todo cuelga y se sostiene de un alfiler.

No hay nada.
Solo el ruido de los huesos chocando.
La sangre goteando.
Una casa en llamas.
El fuego crujiendo.
Las cenizas volando.
El viento haciendo de las suyas.

No me queda nada.
Flores secas.
Sangre púrpura.
Huesos astillados.
Miedo.
Insomnio.
Y terror.