Que te abrieras por las costillas
y yo me encajase a tu pecho.
Dormir dentro de ti,
soñar con el latido de tu corazón
y respirar al compás de tus pulmones.
aunque me siguiera clavando cristales
pudriéndome el intestino
siendo más oscura que el tizón
y más ceniza que los recuerdos.
y tus labios se volvían flores,
tus piernas dos troncos donde sostenerme
y tus brazos donde balancearme.
Todos iban a matarla
y no la admiraban como a las libélulas
aunque en sus alas tuviera margaritas dibujadas.
para cuando la tormenta se ahogase en el mar
o para cuando mis libros acabasen destruidos
por el infierno
y no me quedasen letras
ni palabras
ni sueños.
acumulando polvo en la estantería
y las ventanas de la casa abiertas en invierno
para que entrara el frío
y las ganas de darnos calor.
dejando de ser veneno
y empezando a respirar oxígeno
y no azufre.