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martes, 27 de diciembre de 2016

Dormir en su pecho.

Sólo tuve que besarte y morderte levemente el labio para que me agarrarás con fuerza las caderas y me acercaras más a tu pecho. Volví a besarte con algo más de descaro mientras que tu me agarrabas los glúteos con fuerza. 
Me girabas levemente y yo estaba perdiendo la razón. Con un brazo en mi cadera y tu otra mano apartando todas las hojas que acumulaba en mi escritorio, sólo tuve que dar un suave salto y para sentarme en él y separar mis piernas. Recuerdo como te miré con deseo y me salió una leve sonrisa. Nos besamos como locos y tú perdías tus dedos en mi pelo, pero tus dedos buscaban la cremallera de mi vestido cuando yo iba desabrochándote el cinturón.
Me sacaste el vestido por la cabeza, me acariciaste el costado y me besaste el cuello. Me abrazaste tan fuerte contra tu pecho que podía escuchar tus latidos. Me miraste a los ojos y yo no pude evitar acariciar tu espalda a la vez que buscaba tus labios.
Jugabas con el broche de mi sujetador -te encanta desnudarme lento y memorizar cada uno de mis lunares- hasta que lo desabrochas y ves lo rápido me deshago de él.
Pasaste los dedos por mi pecho y yo rodeé con mis piernas tu cintura. Me levantaste a la fuerza de un soplido y me llevaste a la cama -nunca dejas de mirarme a los ojos-. Me tiraste a la cama de la forma más torpe y no pude evitar soltar una carcajada. Tus labios recorrieron mi vientre e hiciste desaparecer la única prenda que quedaba en mi cuerpo. Me separaste las piernas y te sentiste como en casa. Y ahí estábamos siendo uno como siempre. Sudando con el eco de mis gemidos, pero siempre acabado diciéndome que me quieres y que esa noche duermo en tu pecho. 

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