.

.

sábado, 26 de noviembre de 2016

En ocasiones estás triste no por la falta de una despedida,sino que por la distancia que separa vuestros cuerpos. Es tan extraño esto que en el momento en el que susurras un adiós todos tus pedazos se desquebrajan y lloras, pero no lloras por la despedida. Esas lágrimas las producen cada uno de los recuerdos que has vivido y sabes que no habrá oportunidad de revivirlos. 
Ahí estás tú con las lágrimas en los ojos porque ya no te volverá a sacar a bailar aunque te pisará los pies cada vez que lo intentaba. Aprietas fuerte los labios al recordar como vuestras reconciliaciones acababan entre besos y promesas -que no se han cumplido-, pero te olvidas de cada vez que se fue sin abrazarte o cada día que te miró de reojo porque no era capaz de mirarte a los ojos.
Perdonas todas esas pieles por las que viajó en tu ausencia porque lo tienes, ahí al lado, junto a ti. E ignoras cada pequeña mentira que te cortó la voz, porque el amor es así: ciego y bondadoso. 
Estás triste porque ya no te abraza, ni te tapa cuando duermes, pero él era quién te quita la manta.
Recuerdas cada segundo de felicidad que venía de su mano y olvidas todas veces que buscabas un hombro dónde llorar  y no estabas.
Olvidas que las heridas sanan y el corazón puede volver a latir con fuerza, pero estás triste porque se fue y no te dio un beso de despedida. No escuchas a aquellas voces que hablan de que existe el destino o más personas en el mundo, tú te aferras a quién quieres porque sólo duermes si él te da las buenas noches. 
Estás triste y lloras porque la nostalgia te abraza y piensas que valió la pena tanto dolor por un rato de amor. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario