Nos aferramos a los recuerdos. Abrazamos los pedazos rotos de nuestro pasado imaginado finales felices para nuestras historias destruidas.
Buscamos olores conocidos, sentimientos ya encontrados perdiendo la fe en que alguien supere a otro alguien. Y así nos encontramos: rotos y destruyendo a cada corazón alegre que nos ronde.
Somos ciegos que no vemos -o no queremos ver- a alguien más aparte de la persona que nos destruyó.
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